
La obra de Heráclito la conocemos en forma fragmentaria, aforística. Sus frases son enigmas, que consienten interpretaciones dispares. Podemos llamar a Heráclito metafísico, porque se interroga por la naturaleza última o fondo de las cosas aparentes. Tomemos por ejemplo este fragmento (123 D-K):
LA REALIDAD GUSTA DE ESCONDERSELa frase encierra un interrogante. Si no debemos dar entero crédito a las apariencias (lo que a cada uno parezca bueno o verdadero), ¿se oculta entonces la realidad detrás del continuo ir y venir de los hechos y de las opiniones humanas? Según uno de sus glosadores, San Hipólito (s. IV), "Heráclito en cuenta igual pone y aprecia las cosas aparentes que las inaparentes, como si reconocidamente vinieran a ser una misma cosa lo aparente y lo inaparente".
García Calvo, en su espléndido comentario a los textos heraclitianos, opta por una interpretación materialista: "la pretensión de una phýsis o realidad ajena y anterior a todo lenguaje, independiente de arbitrio y razón, la apelación a algo que está por debajo de las palabras, es justamente la convención y falsedad que constituye la apariencia que los hombres (todos y cada uno) toman como verdad de las cosas y las relaciones".
Nosotros, sin embargo, preferimos vislumbrar otro sentido de la frase, que era el que le daba San Hipólito y la tradición antigua: que lo inaparente y oculto de las cosas es la realidad divina, que se oculta a la mirada superficial. Volviendo al origen del pensar, ahora entendemos mejor qué nos ha querido decir Nietzsche, un nuevo presocrático en este sentido de defensa de la apariencia.
La traducción y comentario de los fragmentos de Heráclito, debidos a Agustín García Calvo (en la imagen, de perfil presocrático y melancolía heraclítea), se encuentran en el libro Razón común (Zamora, Editorial Lucina, 1985, 1999, 2006).